me imagino la muerte
me imagino la muerte:
todas las personas que quiero, juntas, en un lugar. Todas esas que quise siempre, incluso antes de haber nacido, todas esas personas que fui conociendo, todas esas que me conocieron de alguna u otra forma, todas las caras nuevas, todas las caras viejas, todas esas caras eternas, personas que me influyeron, personas que me consolaron, que me enriquecieron. Las que conocí a lo largo de muchos años, las que conocí 5 minutos, las que no pude llegar a conocer bien y las que conocí demasiado, las que conocí hoy y las que conocí ayer, las que me hubiera gustado conocer.
Y todos están sonriendo.
Y el paisaje es una mezcla de sierra, bosque y mar. Con mucho del balneario Solís pero con el agua de Rocha, de La Paloma, y con los peñascos de Minas, de Lavalleja, el aire limpio y puro, y todo junto ahí, apelmazado y sin fronteras. Y hay una puesta de sol eterna, un loop infinito de esa hora del día donde al sol se le ocurre esconderse, y se repite una y otra vez, como cuando el cuarto te da vueltas cada vez que llegás mamado. Y el cuarto no deja de girar aunque estés en el mismo lugar; eso. Y el sol se pone una y otra vez. Y la luz es divina, mágica, sobrecogedora. Y está todo en silencio, pero hay música, hay gente hablando, riéndose, hay sonidos que conocés pero no son producidos por ningún instrumento; hay voces cantando melodías que siempre existieron. Hay fuego, fogata, calor. Y bebidas frías. Hay sabor.
Y me voy. Y vamos.
Vamos hacia la playa; una ola gigante de un azul verdoso profundo viene a buscarme y me abraza, y me conforta y me lleva hacia su interior, y me confundo con ella, y yo soy ella y ella soy yo, y no hay agua, no hay nada, pero está todo. Todas las manos de esas personas, todos los rostros, me sonríen, me abrazan al mismo tiempo, todo empastado. Y los miro a las caras, a todas las caras, al mismo tiempo, como si tuviera ojos de mosca, con mil celditas, y pudiera ver todo y todos. Y todos ríen, guiñan con aire cómplice, festejan, me hablan de belleza, me cuentan los mejores chistes, las mejores escenas de Los Simpsons y de películas. Las mejores frases de Les Luthiers y pedazos de letras de canciones se leen en sus ojos, como un teleprompter de carne, me miman, me hacen sentir bien. No tengo miedo. No hay miedo. Todos me creen. Y todos están contentos. Están contentos de estar allí. Y yo también.
todas las personas que quiero, juntas, en un lugar. Todas esas que quise siempre, incluso antes de haber nacido, todas esas personas que fui conociendo, todas esas que me conocieron de alguna u otra forma, todas las caras nuevas, todas las caras viejas, todas esas caras eternas, personas que me influyeron, personas que me consolaron, que me enriquecieron. Las que conocí a lo largo de muchos años, las que conocí 5 minutos, las que no pude llegar a conocer bien y las que conocí demasiado, las que conocí hoy y las que conocí ayer, las que me hubiera gustado conocer.
Y todos están sonriendo.
Y el paisaje es una mezcla de sierra, bosque y mar. Con mucho del balneario Solís pero con el agua de Rocha, de La Paloma, y con los peñascos de Minas, de Lavalleja, el aire limpio y puro, y todo junto ahí, apelmazado y sin fronteras. Y hay una puesta de sol eterna, un loop infinito de esa hora del día donde al sol se le ocurre esconderse, y se repite una y otra vez, como cuando el cuarto te da vueltas cada vez que llegás mamado. Y el cuarto no deja de girar aunque estés en el mismo lugar; eso. Y el sol se pone una y otra vez. Y la luz es divina, mágica, sobrecogedora. Y está todo en silencio, pero hay música, hay gente hablando, riéndose, hay sonidos que conocés pero no son producidos por ningún instrumento; hay voces cantando melodías que siempre existieron. Hay fuego, fogata, calor. Y bebidas frías. Hay sabor.
Y me voy. Y vamos.
Vamos hacia la playa; una ola gigante de un azul verdoso profundo viene a buscarme y me abraza, y me conforta y me lleva hacia su interior, y me confundo con ella, y yo soy ella y ella soy yo, y no hay agua, no hay nada, pero está todo. Todas las manos de esas personas, todos los rostros, me sonríen, me abrazan al mismo tiempo, todo empastado. Y los miro a las caras, a todas las caras, al mismo tiempo, como si tuviera ojos de mosca, con mil celditas, y pudiera ver todo y todos. Y todos ríen, guiñan con aire cómplice, festejan, me hablan de belleza, me cuentan los mejores chistes, las mejores escenas de Los Simpsons y de películas. Las mejores frases de Les Luthiers y pedazos de letras de canciones se leen en sus ojos, como un teleprompter de carne, me miman, me hacen sentir bien. No tengo miedo. No hay miedo. Todos me creen. Y todos están contentos. Están contentos de estar allí. Y yo también.